El pasado 30 de diciembre, aprovechando un respiro entre tantas actividades y visitas, quise obsequiarme un rato de gozo en la montaña donde ustedes han vivido, quise estar en sus hermosos bosques y recrearme al contacto con personas tan queridas para mí y tan sagradas. Ustedes, los pobres, los poseedores de la rica cultura mixe, representan para mí lo mejor del país. Yo puedo ver sobre todo en las mujeres mixes, el rostro de Dios. Yo siento un gran amor y respeto por todos los grupos indígenas a quienes he servido durante más de 20 años. Tuve el privilegio de haber vivido con Tzotziles, Otomíes, Amuzgos, Mixtecos, Chatinos y Zapotecos. De todos ellos aprendí mucho.
Ellos me evangelizaron. A mí nunca nadie me obligó a estar con ellos. Yo quise estar con ellos y los disfruté. Jamás podría salir una palabra despectiva para quienes yo venero. Ellos podrán evaluar los años que viví con ellos.
Esa tarde del 30, en Nuevo Santiago Tutla, logre mi objetivo de recrearme con el paisaje y especialmente con Don Juan y Doña Natalia, padres de Rubén, mi escolta más joven. La hospitalidad y generosidad de ellos me hicieron olvidar el mal rato de la entrada cuando dos jóvenes prepotentes nos interrogaron empuñando una R15 “que a ¿qué veníamos?, ¿con quién íbamos?, ¿de dónde veníamos? ¿Quiénes éramos?, a ¿qué nos dedicábamos?”, que nos identificáramos. Lo cual hicimos, con credenciales. El guardia de la puerta anotó los nombres de todos en una tablita con papeles, mi nombre fue el último que escribió.
No recuerdo que en ningún aeropuerto de algún país, alguien que me haya interrogado tanto como este joven armado. Me sentí muy mal. Pero no quise externarlo por no hacer sentir mal a Rubén. Rubén mismo les explicó en castellano y en mixe que ellos eran Policías Estatales que venían armados y que eran mis escoltas, ofreciendo su documentación correspondiente.
Solamente estuvimos una hora en casa de Rubén pero en ese breve tiempo pudimos ver la destrucción de casas abandonadas y plantas taladas, inclusive terrenos devastados, uno de esos árboles a propósito lo hicieron caer encima de las casas de gente que ha corrido el Cacique José Raymundo Fabián. Esa tarde yo pude percibir mucho miedo en la gente.
Cuando ya estábamos frente al reten de salida, la sorpresa fue, que no nos dejaron salir de la comunidad. Yo pregunté a uno de los guardias que ¿por qué no nos dejaba salir? A lo que uno de ellos contestó que Rubén había dicho que nosotros nos íbamos a quedar para año nuevo. Yo le expliqué al joven que nunca habíamos dicho eso y que nos dejara salir porque nos estaba reteniendo contra nuestra voluntad. Nos dijo que no iban abrir, que teníamos que ir a la Agencia Municipal. Fuimos, y ya en la Agencia nos empezaron a maltratar como si fuésemos delincuentes. Yo insistía que porque no nos dejaban ir sino habíamos hecho nada y les expliqué quien era yo y les repetimos que nos estaban reteniendo contra nuestra voluntad. Luis, otro de mis Policías, corrió a buscar a Rubén para que el explicara en lengua mixe lo que pasaba.
Ellos dijeron que había querido huir y lo agarraron entre varios, lo golpearon y lo desarmaron al igual que Héctor Martin. El Cacique José Raymundo Fabián nos cerrajeaba el arma larga que cargaba delante de nuestra cara. Con más violencia nos despojaron de nuestras pertenencias, nos quitaron las cintas de los zapatos, se metieron a la camioneta y esculcaron todo. El Policía Héctor les decía que tuvieran calma, que teníamos todo en orden, pero ellos no hacían caso. Fue entonces que nos llevaron de forma humillante a la cárcel como unos delincuentes, donde nos tuvieron, a mí cerca de hora y media y a ellos hasta las 8 de la noche. Fue angustiante cuando empezaron a tocar las campanas para que la gente acudiera. Fue llegando poco a poco la gente, cuando ya estuvo reunida frente a la Agencia me sacaron los mismos hombres armados que me habían encarcelado. Cuando pude hablar con “el pueblo”, “la comunidad” compuesta por puros hombres, no había ninguna mujer, pues las mujeres ahí no cuentan. A los jóvenes nunca se les permitió hablar, solamente hablaron 5 personas: el Cacique José Raymundo Fabián, sus dos hijos Mario Raymundo Antonio e Ignacio Raymundo Antonio, José, el mecánico, que estaba pegado al reten de la entrada, y otro más de ellos.
Ante esta Asamblea de hombres, yo expliqué por qué estoy custodiado, qué son Medidas Cautelares y además les dije que sí nos habíamos identificado, sobre todo los Policías que me acompañaban pero de nada valió, porque el Cacique de nuevo manipuló al “Pueblo” (sin mujeres y sin la voz de los jóvenes). El Agente Municipal no hablaba, el Consejo de Ancianos, tampoco. “El pueblo” ¡es el Cacique y su familia!
Cuando me di cuenta que la Asamblea estaba manipulada, me sentí impotente y solo; mis policías sometidos, desarmados y encarcelados. Los celulares no tienen cobertura ahí, y además nos habían quitado todo. Opté por meterme a la Agencia. Un rato después el mismo Cacique, al enterarse que venían por nosotros, ordenó al Secretario que hiciera una carta de Común Acuerdo cargado de mentiras. Yo no quise firmar nada, pero ellos me insistían. Ante tantas presiones les dije de una vez por todas que yo no iba a firmar esas mentiras, así me metieran otra vez a la cárcel o me mataran. Al fin se convencieron de que yo no iba a firmar esa carta, y me dejaron en paz. Minutos después, una Patrulla de la Policía Estatal me sacó de allí y nos escoltó hasta la salida.
Los que tienen que pedir perdón por todo el daño que le han hecho al Pueblo Mixe, son: José Raymundo Fabián, su familia y sus cómplices.
Ruego a Dios que quite la venda de los ojos a los hermanos y hermanas Mixes de Nuevo Santiago Tutla y la Región Mixe, que tanto ha sufrido, para que todos puedan conocer la verdad y la verdad los haga libres.
Es tiempo de expulsar de una vez por todas, todo caciquismo político que tanto ha oprimido y explotado a nuestro querido Pueblo Oaxaqueño. ¡No permitamos más Caciques! ¡Exigimos una investigación para castigar a los culpables de esta opresión generada por el Régimen anterior.
Pbro. Alejandro Solalinde
Ellos me evangelizaron. A mí nunca nadie me obligó a estar con ellos. Yo quise estar con ellos y los disfruté. Jamás podría salir una palabra despectiva para quienes yo venero. Ellos podrán evaluar los años que viví con ellos.
Esa tarde del 30, en Nuevo Santiago Tutla, logre mi objetivo de recrearme con el paisaje y especialmente con Don Juan y Doña Natalia, padres de Rubén, mi escolta más joven. La hospitalidad y generosidad de ellos me hicieron olvidar el mal rato de la entrada cuando dos jóvenes prepotentes nos interrogaron empuñando una R15 “que a ¿qué veníamos?, ¿con quién íbamos?, ¿de dónde veníamos? ¿Quiénes éramos?, a ¿qué nos dedicábamos?”, que nos identificáramos. Lo cual hicimos, con credenciales. El guardia de la puerta anotó los nombres de todos en una tablita con papeles, mi nombre fue el último que escribió.
No recuerdo que en ningún aeropuerto de algún país, alguien que me haya interrogado tanto como este joven armado. Me sentí muy mal. Pero no quise externarlo por no hacer sentir mal a Rubén. Rubén mismo les explicó en castellano y en mixe que ellos eran Policías Estatales que venían armados y que eran mis escoltas, ofreciendo su documentación correspondiente.
Solamente estuvimos una hora en casa de Rubén pero en ese breve tiempo pudimos ver la destrucción de casas abandonadas y plantas taladas, inclusive terrenos devastados, uno de esos árboles a propósito lo hicieron caer encima de las casas de gente que ha corrido el Cacique José Raymundo Fabián. Esa tarde yo pude percibir mucho miedo en la gente.
Cuando ya estábamos frente al reten de salida, la sorpresa fue, que no nos dejaron salir de la comunidad. Yo pregunté a uno de los guardias que ¿por qué no nos dejaba salir? A lo que uno de ellos contestó que Rubén había dicho que nosotros nos íbamos a quedar para año nuevo. Yo le expliqué al joven que nunca habíamos dicho eso y que nos dejara salir porque nos estaba reteniendo contra nuestra voluntad. Nos dijo que no iban abrir, que teníamos que ir a la Agencia Municipal. Fuimos, y ya en la Agencia nos empezaron a maltratar como si fuésemos delincuentes. Yo insistía que porque no nos dejaban ir sino habíamos hecho nada y les expliqué quien era yo y les repetimos que nos estaban reteniendo contra nuestra voluntad. Luis, otro de mis Policías, corrió a buscar a Rubén para que el explicara en lengua mixe lo que pasaba.
Ellos dijeron que había querido huir y lo agarraron entre varios, lo golpearon y lo desarmaron al igual que Héctor Martin. El Cacique José Raymundo Fabián nos cerrajeaba el arma larga que cargaba delante de nuestra cara. Con más violencia nos despojaron de nuestras pertenencias, nos quitaron las cintas de los zapatos, se metieron a la camioneta y esculcaron todo. El Policía Héctor les decía que tuvieran calma, que teníamos todo en orden, pero ellos no hacían caso. Fue entonces que nos llevaron de forma humillante a la cárcel como unos delincuentes, donde nos tuvieron, a mí cerca de hora y media y a ellos hasta las 8 de la noche. Fue angustiante cuando empezaron a tocar las campanas para que la gente acudiera. Fue llegando poco a poco la gente, cuando ya estuvo reunida frente a la Agencia me sacaron los mismos hombres armados que me habían encarcelado. Cuando pude hablar con “el pueblo”, “la comunidad” compuesta por puros hombres, no había ninguna mujer, pues las mujeres ahí no cuentan. A los jóvenes nunca se les permitió hablar, solamente hablaron 5 personas: el Cacique José Raymundo Fabián, sus dos hijos Mario Raymundo Antonio e Ignacio Raymundo Antonio, José, el mecánico, que estaba pegado al reten de la entrada, y otro más de ellos.
Ante esta Asamblea de hombres, yo expliqué por qué estoy custodiado, qué son Medidas Cautelares y además les dije que sí nos habíamos identificado, sobre todo los Policías que me acompañaban pero de nada valió, porque el Cacique de nuevo manipuló al “Pueblo” (sin mujeres y sin la voz de los jóvenes). El Agente Municipal no hablaba, el Consejo de Ancianos, tampoco. “El pueblo” ¡es el Cacique y su familia!
Cuando me di cuenta que la Asamblea estaba manipulada, me sentí impotente y solo; mis policías sometidos, desarmados y encarcelados. Los celulares no tienen cobertura ahí, y además nos habían quitado todo. Opté por meterme a la Agencia. Un rato después el mismo Cacique, al enterarse que venían por nosotros, ordenó al Secretario que hiciera una carta de Común Acuerdo cargado de mentiras. Yo no quise firmar nada, pero ellos me insistían. Ante tantas presiones les dije de una vez por todas que yo no iba a firmar esas mentiras, así me metieran otra vez a la cárcel o me mataran. Al fin se convencieron de que yo no iba a firmar esa carta, y me dejaron en paz. Minutos después, una Patrulla de la Policía Estatal me sacó de allí y nos escoltó hasta la salida.
Los que tienen que pedir perdón por todo el daño que le han hecho al Pueblo Mixe, son: José Raymundo Fabián, su familia y sus cómplices.
Ruego a Dios que quite la venda de los ojos a los hermanos y hermanas Mixes de Nuevo Santiago Tutla y la Región Mixe, que tanto ha sufrido, para que todos puedan conocer la verdad y la verdad los haga libres.
Es tiempo de expulsar de una vez por todas, todo caciquismo político que tanto ha oprimido y explotado a nuestro querido Pueblo Oaxaqueño. ¡No permitamos más Caciques! ¡Exigimos una investigación para castigar a los culpables de esta opresión generada por el Régimen anterior.
Pbro. Alejandro Solalinde
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